Los últimos treinta años han sido, muy posiblemente, los mejores de la historia de España. Esta es una opinión compartida por más del 70% de la opinión pública de nuestro país. Este tiempo se ha caracterizado por un feliz suceso: la libertad política y económica disfrutada durante el mismo ha sido, posiblemente, la mayor de toda nuestra historia.
Sin embargo, parece que esta época de bondades económicas y sociales ha llegado repentinamente a su fin. En el ámbito económico estamos instalados en una crisis de proporciones tales que no terminamos de ver ni su alcance ni su profundidad. En el ámbito político, la libertad comienza a padecer serias limitaciones e incluso retrocesos como consecuencia de la creciente invasión del poder político en la esfera individual, observándose además un desapego creciente entre la ciudadanía y las instituciones públicas.
Muchas personas han perdido las esperanzas de que haya cambios constructivos, a pesar de que tenemos las herramientas que nos brindan los medios sociales para difundir las ideas, superar el aislamiento y movilizar a millones en favor de la reforma y la renovación. Como acertadamente comentaba Daniel Innerarity en un artículo reciente “en una Sociedad del Conocimiento los Estados ya no tienen enfrente a una masa informe de inexpertos, sino a una inteligencia distribuida, una ciudadanía más exigente y una humanidad observadora, de la que forma parte un gran número de organismos internacionales que no solamente les evalúan, sino que disponen frecuentemente de más y mejor saber experto que los Estados.”
¿Cómo reconducir esta situación? La respuesta es muy complicada, tiene muchas aristas, y no hay una respuesta única. Empecemos, pues, por cambiar las cosas, una por una: nuestra mentalidad, nuestra forma de hacer las cosas, nuestra forma de ver la economía, nuestra forma de entender esta realidad que nos reta. Creo que aquí está el quid de la cuestión, en el poder transformador de la tecnología. La tecnología aplicada a los sectores tradicionales de la economía productiva, la tecnología aplicada a la educación, a la sanidad, y también la tecnología aplicada al gobierno, a las instituciones públicas, y a la forma en que ciudadanos y empresas nos relacionamos con todos ellos. Esta es, para mí, la respuesta y el punto de inflexión.
Vivimos en la Era de la Información, donde los datos ocupan un lugar prominente. Vivimos conectados. Generamos y almacenamos más datos que nunca antes en la Historia, y se estima que este crecimiento continuará su ritmo imparable de forma exponencial. Según el informe de la Fundación Telefónica acerca del estado de la Sociedad de la Información en España en 2011, el 67,1% de los españoles son internautas; el 71,4% acceden a diario a la Red, e Internet ya supone el 2,2% del PIB en España con un 75% de impacto en los sectores tradicionales de la economía. La adopción de las tecnologías (sociales, móviles, cloud) nos están permitiendo irrumpir allí donde antes no nos era posible.
Los gobiernos y las administraciones públicas no escapan a esta realidad. Empezando desde la e-administración, el 92% de los procedimientos para los ciudadanos con la Administración General del Estado ya se pueden tramitar de forma electrónica, el 82% para las empresas, ahorrando más de 3000 millones de euros al año. ¿Qué más pueden hacer las Administraciones Públicas puedan seguir siendo una fuente de ahorros y de generación de riqueza, y además, que acorte distancias entre ciudadanos e instituciones?
De nuevo, la respuesta no es única, pero una de las maneras debe ser liberando y publicando los datos que se hallan en poder de las instituciones públicas utilizando formatos digitales, estandarizados y abiertos, de manera que sigan una estructura clara que permita su comprensión y que fomente su reutilización para cualquier uso tanto para empresas como ciudadanos.
Esto es el OpenData o Datos Abiertos, el combustible de esta Nueva Era de la Información que tiene el poder de dar a la sociedad un nuevo motor económico y una nueva y activa forma de relación con los gobiernos. Esto es lo que venimos denominando como Open Government, el Gobierno Abierto que permite como nunca hasta ahora que podamos participar en la gestión de los asuntos públicos y, de una parte, tener un mayor conocimiento, información y control sobre las actuaciones de los políticos y gestores públicos y de otra, intervenir, colaborar y participar en dicha gestión, recuperando así la proximidad entre la gestión pública y los ciudadanos.
Con este ánimo y esta visión creamos en 2011 el portal de datos abiertos del Gobierno de Castilla-La Mancha, http://opendata.jccm.es Nuestro objetivo era potenciar la innovación, la creatividad y la generación de servicios de valor añadido. Dábamos así el primer paso en el camino para acercar a cada ciudadano y a cada empresa de Castilla-La Mancha los datos públicos que configuran nuestra región. Nos abríamos a la opinión de nuestros conciudadanos, para que nos ayudaran a mejorar, para centrar nuestros esfuerzos, para que nos dijeran qué datos necesitaban o qué servicios o aplicaciones les eran de interés.
Este fue el primer paso de un largo camino a recorrer. Los ciudadanos deberían reclamar estos cambios y los gobiernos deberían ser permeables a esta demanda y cambiar legislaciones y forma de trabajo que se antojan anacrónicas. Esta revolución de los datos, la conectividad y la tecnología puede llevarnos a una sociedad con una forma de relación mucho más transparente y participativa, que al mismo tiempo favorezca el surgimiento de nuevas empresas que transformen la economía y que hagan aflorar nuevas industrias, y que haga reverdecer la confianza en las instituciones públicas. ¿Imposible? ¿Utopía? No. Sólo hay que ir paso a paso.